22 de diciembre de 2025
En mi calidad de asesora confidencial en el ámbito de la Administración General del Estado y en el acompañamiento y asesoramiento jurídico de víctimas de violencia de género en el ámbito asociativo, he seleccionado uno de los testimonios recientes de una mujer que especialmente me impactó y que como balance de este año que finaliza, puede resultar muy ilustrativo tanto para las asociaciones como Alma, que siguen en su firme y comprometido propósito de poner cerco a la impunidad del maltrato y en el proyecto Humatec en el que colaboro para “la humanización de las Administraciones en el Estado social: tecnologías, servicios públicos y colaboración multinivel”. Testimonio de una mujer a la que acompañé en su proceso de denuncia ante una situación de violencia de género. Me presento ante Vds., soy una mujer y después de mi relato, entenderán porque no desvelo mi identidad, que, ante una situación de violencia, reaccionó, y rompiendo mi propia tendencia a pasar página, a minimizar el daño y a normalizar lo sufrido, pese a todo, rompí el circulo y di el paso hacia adelante no sin albergar mil dudas a la hora de tomar esta difícil decisión. Esta historia, que es la mía, comenzó ya hace ya cuatro años en una de las peores épocas vividas que recordemos personas de nuestra generación, que fue la pandemia del COVID. Cuatro años, es mucho tiempo, cuando tu vida no es tuya y está en manos de otros, cuando te encuentras como atada y todas las actividades de tu vida están condicionadas por el miedo que recorre todo tu cuerpo, y que, aunque dispongas del escudo de una orden de protección, no te hace sentir que tengas las riendas de tu vida. Sin entrar en profundidad en los entresijos del caso que es una parte de mi vida, quiero que este viaje resulte una escuela de aprendizaje, en el que he podido comprobar en primera persona, que todas las partes que intervienen disponen de un todavía, gran margen de mejora, y que todos los fallos detectados desde diferentes ámbitos: judicial, policial, sanitario, social, mediático etc, necesitan todavía de testimonios reales y directos como el mío para que hagan que las que pasen por este proceso, encuentren menos obstáculos. Estoy convencida de que, pese a todo, si se repitiese, volvería a denunciar y a reaccionar ante la coacción, la violación, la amenaza, el chantaje, la injuria y la calumnia. Y es que cuando sientes el aliento envenenado tan de cerca, lleno de mediocridad, de mentira, de hipocresía, cuando identificas la utilización de nuestra verdad para obtener réditos políticos, económicos, electorales y mediáticos, te das cuenta de que hay un deber moral hacia ti y hacia el resto de las mujeres que pueden atravesar “este camino de vuelta hacia el infierno”, como el título de una canción de Ana Belén. El poder de reacción, el de alzar la voz, que se desactiva cuando parece que todo se acaba, tiene que producir el efecto deseado, el de la limpieza del aire de nuestra casa, de nuestro país, de nuestro entorno de estos parásitos tóxicos que se alimentan del silencio de las personas decentes. Ahora soy consciente de que cuando inicias este proceso nadie te alerta de que el tiempo, aunque pueda producir un efecto sanador, cuenta en tu contra, perpetúa el sufrimiento y hace que la herida no se cierre. Siguiendo con mi relato, cuatro años después, y medio año más de la celebración del esperado juicio, sigo sin sentencia. Por esa razón, y confiando en el potencial del espíritu navideño que lo impregna absolutamente todo, y que además dicen, que nos hace mejores personas en estas fiestas, como regalo de Navidad, “Una sentencia por favor” y si es posible que repare en algo estos cuatro años y medio de espera, de sobresaltos, de incertidumbre y de miedo, de mucho miedo. Con una revisión a la baja del delito a leve, porque no es suficientemente grave aparcar tu vida durante cuatro años, proteger tu vida y la de los tuyos, y dedicarte a visitar consultas médicas, de especialistas en psicología, en psiquiatría, despachos de abogados, recopilar pruebas, volver a revivir momentos que quieres olvidar y a dedicarte de lleno a reconstruirte, porque te han herido en lo más profundo de tu ser, en tu credibilidad, en tu autoestima. Ya quiero vivir plenamente, quiero liberarme de esas ataduras que me impiden ser yo misma. Necesito que se haga justicia, pero sin demora, sin esperas. Necesito recuperar lo que es mío, en una palabra, mi vida… y levantarme cada día con el claro propósito de recordarme a mí misma que merece la pena vivir, pero vivir con mayúsculas, con otra mirada: la de la ilusión.