Comenzó a ejercer como matrona en 1956, acompañando a su madre y adquiriendo esos conocimientos que no se aprenden en la Universidad. Años difíciles en los que compaginó su profesión con la maternidad, pero nunca dejó de asistir a una parturienta, a un bebé con ictericia o a un ombligo herniado, y muchas veces a padres novatos nerviosos que lloraban desconsoladamente.
Ella ejerció solamente en Campanario, aunque en sus últimos años de profesional tuvo que compartir su labor con el Hospital Comarcal de Don Benito-Villanueva de la Serena, donde también fue muy reconocida su labor.
Cuando necesitaban sus servicios, el padre, el cuñado o algún vecino iba a avisarla a su casa, andando, generalmente de noche, con tormenta o calores, agua o granizo, en el pueblo o en la majada en mitad de la Serena si el parto de la pastora se adelantaba y no le daba tiempo a llegar al pueblo.
Durante el parto, ella hacía todas las labores, sin ATS o auxiliar, desde el tratamiento psicológico de la parturienta y familiares hasta las primeras asistencias al neonato, desde maniobras de obstetra porque el bebé venía de nalgas o con vuelta de cordón umbilical hasta abrir los agujeros a la criatura o hacerle su primer corte de uñas, a veces a la luz de una palmatoria o un carburo.
Lo pasó muy mal en muchas ocasiones, pero siempre sacó esa fuerza interior para solucionar el problema o al menos intentarlo hasta la extenuación. Muchas veces el parto venía complicado, con hemorragias intensas en la madre o con sufrimiento fetal, pero la sangre de la matrona siempre estuvo dispuesta (es del grupo Universal O negativo) o, con una maniobra de experta tocóloga, ponía en el buen camino al bebé. A veces se encontró con bebés sin actividad vital, cianóticos o que habían tragado líquido amniótico o meconio, pero con buenas artes, práctica y pocos medios, Doña Josefita aspiraba esas impurezas o masajeaba al bebé (a veces unos buenos y benditos cachetazos) hasta que el estridente llanto de la criatura hacía sonreír a padres y familiares que inmediatamente lloraban de emoción.
ANECDOTARIO
Se le dio el caso que avisaron que un niño que no se prendía al biberón y estaba siempre durmiendo, hasta que llegó la comadrona y le detectó una hipoglucemia… y lo solucionó con una aguja de coser calentada haciendo un agujerito a la tetina del biberón, que se habían olvidado de hacerlo en su casa. El niño devoró su primera leche.
También es significativo el caso de una madre con una grave insuficiencia cardiaca que dio a luz mellizos y al día de hoy pasean felices por el pueblo.
Mucha gente no podía hacer frente a los gastos del parto y las medicinas, gasas, apósitos o, simplemente, una sopa caliente, y Doña Josefita se hacía cargo de ello, procurando que nada faltase a la parturienta, y, muchas veces, a su familia.
Todos los 6 de enero, en casa de Josefita, los Reyes Magos dejaban juguetes para los niños de Campanario “de los cuales habían perdido la dirección”. Llegaban los niños por la mañana a casa de Josefita con los ojos abiertos y una sonrisa en la boca o esperaban en sus casas a que llegase aquella señora grande con un bolso donde cabían las medicinas para su madre y alguna pelota o muñeca, bolsas de caramelos y un pedazo de alegría.
Cierto día de la década de los 60, se corrió por el pueblo que un fantasma blanco recorría las calles con un farol, creando los dimes y diretes de la población y las consabidas chanzas, hasta que se averiguó que en las lunas llenas las parturientas eran más propensas a dar a luz y la matrona, con su impoluta bata blanca, recorría las calles, acompañada del marido de la interfecta con un farol o linterna hasta el domicilio donde estaba a punto de venir un nuevo miembro.
Es famosa la receta de Doña Josefita con los maridos nerviosos, de madrugada y confabulada con la guardia municipal, para que les retuvieran y no molestasen con los nervios durante el alumbramiento. “Mira, tú mejor que esperes en el cuartelillo por si es necesario avisar al taxi y así ahorramos tiempo”. Cuando el nuevo padre llegaba a casa, el neonato ya estaba listo, lavado y preparado para sonreír a su papá.
Tenía al uso la matrona, al igual que su madre, la obligación de lavarse una decena de veces las manos a todo aquel que entrase en la habitación, obligando a hacerlo delante de ella.
Son conocidas las broncas a los señoritos para que dejasen a los pastores venirse al pueblo, dejando la majada o el chozo, antes de cumplir la mujer, a causa de la tardanza en avisarla, ya que entonces lo hacían en burro, pues no querían que dejaran el rebaño y tener que contratar otro pastor… En cierta ocasión las voces de la matrona a un señorito se oyeron en todo el pueblo.
Cuando los padres de la parturienta decían que el parto se había adelantado, porque era antes de los 9 meses (estaba claro que se había casado embarazada), al nacer el bebé, Doña Josefita sabía perfectamente la diferencia de tiempos de gestación, y les decía "este niño es de 8 meses y una siesta".
Estuvo muchos años de interina, porque no se convocaban oposiciones, cuando se convocaron fue a examinarse a Madrid. Se trataba de un examen oral y otro escrito. En el oral le preguntaron qué haría ella si en el alumbramiento se produjese una hemorragia, y ella dijo que haría un taponamiento, entonces el examinador le dijo que qué haría si eso no fuera suficiente y le contestó que pondría un hemostático, entonces le preguntó qué haría si no fuese suficiente con taponamiento y hemostático, entonces, sin cortarse ni un milímetro, le dijo:
-Rezaría a la Virgen de Piedraescrita y a todos los santos, porque en mi pueblo no hay más medios y no se puede hacer nada más.
Aprobó.
Aún hoy, y a pesar de su avanzada edad, sigue recordando con cariño éstas y miles de anécdotas más, y hasta detalles de partos y pospartos cuando alguna vecina la visita.
Como curiosidad a su dedicación, en 2002, uno de los más prestigiosos directores de cine españoles, Víctor Erice, vino a pedirle consejo sobre cómo eran los partos rurales de entonces, cuando preparaba la película "Alumbramiento", film rodado en blanco y negro, que presenta los primeros diez minutos de vida de un ser que va a quedar marcado por el momento y las circunstancias en las que nace, en 1940, en un pueblo del norte de España, durante la II Guerra Mundial. Después del parto y fundida con los sonidos del campo, una nana trata de consolar el llanto del recién nacido. Estos sonidos, llanto de bebé, del campo y la nana, que no sólo sus hijos escucharon, sino que también cantó a varias generaciones, hoy abuelos, hijos y nietos, le han acompañado durante una larga y provechosa vida.
Por todo ello, el pueblo de Campanario adora a Josefita, y mucha gente le dice aquello de “eres la madre con más hijos de Campanario”, porque así la considera mucha gente: su segunda madre.
Al día de hoy ejerce de madre, abuela y bisabuela orgullosa, con esa sonrisa amplia y sincera que siempre la caracterizó, y siempre mirando de reojo la foto de José “Pingote”.